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Capítulo 38 de #Mastín: No me pienso ir

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Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 38:

El agua parecía evaporarse con aquel calor. Había llenado los bebederos nada más llegar y tendría que hacerlo de nuevo antes de irse. El final de julio estaba siendo abrasador. Logan se pasaba el día dormitando en casa y la mayoría de los perros de la protectora jadeaban a la sombra con pocas ganas de jugar y saltar. Con agosto a la vuelta de la esquina faltaban las manos de los voluntarios que ya estaban de vacaciones, apenas pasaban potenciales adoptantes y muchas casas de acogida habían devuelto a los perros y gatos que albergaban. Eran malas fechas, aunque Martín estaba empezando a sospechar que nunca serían buenas, ya fuera por un motivo o por otro.

Iba camino de la manguera cuando la vio organizando los medicamentos que tenía que repartir entre los ocupantes de distintos cheniles. El chico miró a un lado y a otro. No parecía haber nadie cerca y se atrevió a plantarse de cuatro zancadas a su espalda, demasiado cerca, casi rozándola.

– ¡¿Qué haces?! – susurró alarmada ella, apartándose a un lado.
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– Ver lo bien que escondes las pastillas en los trozos de salchicha – contestó Martín manteniéndose a distancia. Aún tenía presente el olor de Mal mientras hablaba, un olor cálido y perfectamente reconocible. El chico agradecía que ella apenas usara colonia. No tenía un olfato especialmente bueno, pero desde muy pequeño era muy sensible al distinto olor que tenían las personas. Algunos le atraían y otros le provocaban rechazo de una manera muy animal, carente de todo razonamiento lógico.

– Esta tarde estará mi madre en casa, pero puedo bajar a echarte una mano con los michis – dijo Martín sabiendo bien que los gatitos filósofos no eran ni mucho menos los únicos a los que deseaba poner las manos encima.

– Yo tampoco estaré, tengo guardia en la tienda. Hay dos compañeras de vacaciones y otra se ha puesto enferma – dijo Mal sin dejar de rellenar salchichas, sin apenas mirarle.

Martín volvió a acercarse, se puso justo a su lado, como si fuera a ayudarla con las salchichas, pero lo que hizo fue colocar su mano sobre la de ella y acariciarla con delicadeza, por la cara interior de la muñeca, alrededor del pulgar… Mal no se movía, incapaz apenas de respirar, hasta que Martín percibió un ligero temblor bajo las yemas de los dedos.

– Está bien, está bien – dijo retirando la mano – Te mandaré un whatsapp cuando llegue a casa, no será antes de las diez y media de la noche. Podemos dar un paseo con los perros –

***
Logan tenía la paciencia de un santo. No era nada que el chico no supiera desde hacía años, pero las exploraciones de los gatitos eran otra buena muestra. El pobre pitbull, cada vez más canoso y fatigado, se tumbaba y se dejaba trepar, acechar y atacar sin hacer el menor caso a la horda de pequeños felinos. Viendo a Platón lanzarse como un tigre en miniatura contra la cola del perrazo, a Hipatia enroscarse a dormir justo entre sus patas y a Sócrates amasar entre ronroneos la oreja de Logan, Martín no podía evitar recordar los millones de visitas que tenían los vídeos de gatitos y decidir que estaban justificadas. Observarles era hipnótico.
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Aristóteles estaba entre sus manos, dando cuenta de una latita de comida húmeda. Habían empezado a comer solos hacía muy poco y había sido una gran liberación. Tener que dar biberón y estimular cada poco a gatitos recién nacidos era muy esclavo, aunque la experiencia había merecido la pena. Dejó al gatito en su caja y se miró las manos, llenas de minúsculos arañazos, antes de pescar a los demás. Estaban cada vez más traviesos, más destrozones. Su distinta personalidad despuntaba y Martín se moría por quedarse a Aristóteles y a Hipatia, por verles crecer y convertirse en dos hermosos gatos adultos. No lo veía imposible. Aunque su madre siguiera haciéndose la dura, también se había encariñado mucho con ellos. Tenía que planteárselo pronto.

La oyó abrir la puerta y soltar el bolso en el mueble de la entrada mientras depositaba a todos los cachorros en su caja. No iban a aguantar mucho más tiempo ahí confinados.

– ¡Hola! ¿Qué tal tu día? – dijo su madre derrumbándose en el sofá – hace un calor espantoso. Y estoy agotada. ¡Qué ganas tengo de coger las vacaciones de una maldita vez –

Martín apretó los labios. Él no tenía ninguna gana.

– No pongas esa cara. Probablemente vaya a ser el último verano que pasemos juntos, como lo hemos hecho siempre –

– ¿Como lo hemos hecho siempre? No. Cuando vivía papá cada verano era diferente, en casa de la abuela nunca parábamos más de una semana –

– Sí, y también entraban dos sueldos en casa –

– Mamá, este año no quiero ir –

– Martín, creía que ya lo habíamos hablado. El próximo lunes nos iremos tres semanas, como siempre. Pasan rápido y cuando estemos allí lo pasarás bien, ya verás – Martín la miró de frente, sonaba cansada, parecía cansada. No le importó. No quería irse, no quería las mismas vacaciones de siempre, con la abuela, con los tíos y los primos, viendo pasar los días igual que cuando era un niño. No quería estar tres semanas sin ella.

– Mamá, en serio. No quiero irme. No me apetece nada ir a la casa de la abuela este verano. Podría estar una semana, me vuelvo en el tren, tú te quedas allí y yo estoy aquí, tranquilamente, el resto del tiempo. Prometo portarme bien – dijo sentándose frente a ella y poniendo su mejor expresión de niño bueno.

Su madre se descalzó y subió los pies al sofá. No solo parecía cansada, de repente le parecía mucho más mayor.

– ¿Por qué quieres quedarte aquí? ¿Hablarás claro de una vez? Lo único que estás haciendo es ir a la protectora y jugar a la consola con Juan, pero Juan se irá también en breve. ¿Por qué quieres quedarte? – repitió.

– En la protectora hay pocas manos en verano, me necesitan –

– En la protectora sabrán vivir sin ti. Lo han hecho todos sus anteriores veranos. Dímelo. ¿Por qué ese empeño en quedarte? –

Martín se limitó a cerrar la boca y bajar la vista. Algo sospechaba, no sabía en qué dirección. Se sentía tentado a hablar, pero no. No iba a decirlo. No podía decirlo. Le pesaba como plomo en el estómago, pero tenía que callar.

– Muy bien, estamos en el mismo sitio. No vas a hablar claro, pues yo sí. Nos vamos el lunes. Tres semanas. Vete mentalizándote – dijo en un tono más seco del que le tenía acostumbrado.

– No me pienso ir – aseguró mirándola de nuevo a los ojos, retador.

– Me da igual lo que pienses. Te vendrás conmigo –

– No, no lo haré. Y no puedes obligarme –

– ¡Ja! Claro que puedo. Tienes diecisiete años, vives bajo mi techo y vendrás conmigo. Además, no tienes dinero ni yo voy a dártelo para que te quedes aquí solo – añadió cortante.

– No necesito que me des nada. Puedo apañármelas – espetó él entre dientes.

– No, no puedes. Y no te vas a quedar. Mentalízate –

Martín miró a su madre cargado de un odio intenso que le levantó de la silla y le condujo a su cuarto. Cerró la puerta de un golpe arrepintiéndose inmediatamente de no haber cogido el móvil. Valoró durante un momento quedarse allí sin él, pero luego recordó que en un par de horas llegaría un mensaje de Mal, así que reunió toda la dignidad que pudo, entró en el salón, cogió el teléfono sin mirarla y volvió a su cuarto seguido de Logan.

Había previsto hablar con ella de adoptar a los dos gatitos, pero estaba claro que tendría que buscar otro momento.

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Los gatitos que ilustran este post son todos cachorros y necesitan un hogar. También padrinos y ayuda económica. Los cuatro hermanos de la última imagen aparecieron deshidratados y con hongos.

Están en Villarreal. Para más información, adoptar o ayudar, aquí tenéis la página de Facebook de la asociación.


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